Language and Text
2020. Vol. 7, no. 4, 4–15
doi:10.17759/langt.2020070401
ISSN: 2312-2757 (online)
Russia and Spain, Fatal Attraction? Brief History of Encounters and Disagreements
Abstract
General Information
Keywords: Taboos, pending subject, balance, at the diplomatic level, Salic Law, military attaché, Cradle of Parliamentarism, declaration of intentions, Falange, Blue Division
Journal rubric: General and Comparative Historical Linguistics
DOI: https://doi.org/10.17759/langt.2020070401
For citation: López González H. Russia and Spain, Fatal Attraction? Brief History of Encounters and Disagreements [Elektronnyi resurs]. Âzyk i tekst = Language and Text, 2020. Vol. 7, no. 4, pp. 4–15. DOI: 10.17759/langt.2020070401.
Full text
Uno de los tabúes de mi infancia (y de toda mi generación) que transcurrió, por lo que somos actualmente en España y por lo que sentimos, en una alejadísima época ya del general Franco, fue, sin ninguna duda, aquella distante Rusia, inaccesible para los españoles; y no tanto por la geografía, que también, sino y, sobre todo, por las relaciones que no existían entre ambos pueblos. Incluso cuando, con 21 años tuve mi primer pasaporte, seguía siendo un universo vedado y extrañamente restringido; en efecto, sobre la primera página de aquel viejo pasaporte podía leerse claramente: “válido para todos los países del mundo, excepto la Unión Soviética y países satélites, la República Popular China, Albania y Mongolia”.
Aquello se convirtió, para muchos de los jóvenes, mis coetáneos, en una especie de asignatura pendiente, en un deseo irrefrenable de saber qué había detrás de aquel telón de acero, de papel, de burocracia o de incomprensión mutua. Pero aquella aspiración se dilataba en el tiempo y no pudo cumplirse hasta un mes de septiembre de 1993. Cierto es que mi universidad, la Universidad de León, se había adelantado a los tiempos ya que, en 1985, sí hace de esto ya 35, había firmado el primer convenio de colaboración de una universidad española con una de la Unión Soviética.
Sin embargo, volviendo a mi situación personal, puedo señalar que, a partir de aquel septiembre de hace ya 27 años han sido más de 30 las veces que he visitado Rusia y muchísimas más las experiencias positivas que he podido disfrutar en este país; pero, sobre todo, en este apretado resumen, lo que inclina la balanza hacia el lado positivo es el respeto por su trabajo y la amistad sincera que he trabado con algunos colegas, el desarrollo de varios importantes proyectos profesionales y, sobre todo, la posibilidad de abrir caminos a esta nueva juventud que se forma para el presente y se confirma para el futuro en nuestras universidades. Hoy los estudiantes de ambos países vuelan, sin ningún tipo de miedo, hacia horizontes apenas sospechados ni por nosotros ni por los gobiernos de los dos países, por supuesto, hace apenas poco más de un cuarto de siglo.
Pero en esta especie de mirada al espejo profundo de los recuerdos cabe significar, asimismo, como venimos de señalar anteriormente, que no siempre fue así. Y tratando de encontrar respuestas se me multiplicaron las preguntas, algunas de las cuales, junto con determinadas sorpresas curiosas que he ido encontrando en el camino, forman el entramado de este pequeño artículo, si es que, incluso, merece tal calificación.
En una ocasión no muy lejana, tuve acceso a un libro que me abrió, como tantos otros, las puertas de nuevos conocimientos y hasta sorpresas; se trataba de uno titulado “Cartas desde Rusia”, impreso en Barcelona en 1839 y que recogía las experiencias de un secretario de embajada en la corte de San Petersburgo y conocido escritor español llamado Juan Valera (y Alcalá-Galiano -Cabra, 18 de octubre de 1824; Madrid, 18 de abril de 1905). Ello me llevó a interrogarme sobre el comienzo de las relaciones entre nuestros dos países, así como las circunstancias de las mismas y descubrí algunos aspectos del mayor interés que compartiré a continuación.
Pero antes de entrar en esa especie de resumen histórico, debo señalar que, curiosamente en el mismo año, 1839, aparecía en Francia un libro, bajo el título general de “Rusia en 1839” y firmado por el Marqués de Custine (Astolphe-Louis-Léonor de Custine, -Niderviller, Lorena, 18 de marzo de 1790; Saint-Gratien, 25 de septiembre de 1857), libro que tuvo un enorme éxito, hasta el punto de que se publicaron seis ediciones y se vendieron gran número de ejemplares incluso en Inglaterra y Alemania; sin embargo, el libro fue prohibido en Rusia, fundamentalmente por la descripción que el autor hacía del Zar Nicolás I. De dicho libro y, extrayendo la parte que correspondía a su relación epistolar, el autor publicará cuatro años más tarde “Cartas de Rusia”; un título bien semejante al de nuestro Juan Valera.
Pero aquí no terminan las sorpresas pues también del otro lado, desde la lejana Rusia, comenzaban a interrogarse sobre un país situado en el rincón más occidental del continente europeo. Surgen, de ese modo, las “Cartas sobre España”, del apasionado viajero y escritor ruso Vasily Petrovich Botkin (Moscú, 8 de enero de 1812 - San Petersburgo, 22 de octubre de 1869) que visitó España en 1845. Dichas cartas fueron publicadas, en primer lugar, en pequeñas entregas, entre los años 1847 y 1851, en la Revista de su amigo el célebre crítico literario Vissarion Grigorievich Bielinsky (Sveaborg, Finlandia, 30 de mayo/11 de junio de 1811 - San Petersburgo, 26 de mayo/7 de junio de 1848). Esta revista había recibido el nombre de “Sovremennik” (El Contemporáneo). La primera edición completa aparecerá en San Petersburgo en 1857 y estamos ante la obra que, en palabras de la editora de la misma 160 años después, la periodista Galina Percegova “es la que dio a conocer al lector ruso en el siglo XIX y comienzos del XX una España casi desconocida, que reveló su historia y sus tradiciones” y que, en añadido e interpretación de quien esto escribe, supo trasladar y hacer brotar en el pueblo ruso el amor y la simpatía que ha mostrado siempre y continúa mostrando por España y por lo español, pues su influencia fue enorme, siendo citado por escritores de la talla de Goncharov, Gorki o Turgueniev. De cualquier modo, no debe ser una interpretación muy alejada de la realidad pues recogiendo solo algunas otras ideas de la propia Galina Percégova, señalaré las siguientes:
Vasily Botkin habla en su libro de que cree en España, está admirado de la nobleza, inteligencia y dignidad de su pueblo. De veras que se enamoró del país y de su pueblo (…). España encontró en Vasily Botkin a su caballero y cantante. Fue el primer ruso que entendió que España es un país-destino, que hay mucho de espiritual común entre nuestros pueblos. (Entrevista en La Voz de Rusia, 30.01.2008).
Vamos entonces, después de este paréntesis tan revelador, con la historia anunciada de esas relaciones España-Rusia. El comienzo de las mismas podría situarse, a pesar de lo dicho, en un ya más que lejano 1516, fecha en la que un joven e inexperto Carlos I de España y V de Alemania, apenas muerto su abuelo Fernando el Católico, y ante la incapacidad manifiesta de su madre Juana la Loca para gobernar, comienza a intitularse rey de León, de Castilla, de Aragón, de Navarra, etc. y hasta de Jerusalén. La política de búsqueda de alianzas hace, más por necesidades de su otra herencia como futuro Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que el rey Carlos envíe una carta amistosa a Basilio III de Moscú, padre del futuro Iván IV, conocido con el sobrenombre de el Terrible.
Un cordial correo de respuesta llegó a España en mayo de 1522, traído por el podyachi señor Yakov Polushkin, que sería a la postre el primer representante oficial de la Corte rusa en España.
Como contrapartida de esta delegación rusa, España envió entonces una primera representación que llegaría, después de un largo y azaroso viaje, casi un año más tarde, a Moscú. Uno de los objetivos de la misma sería intentar mediar en el conflicto entre el Gran Principado de Moscovia y el Gran Ducado de Lituania. Curiosamente, este espíritu de mediación primero se mantendrá a lo largo de muchas de las actuaciones habidas entre nuestros dos países a nivel diplomático, lo que viene a suponer un enorme respeto por ambas partes y una corriente de innegable simpatía de un lado y otro, que está en el origen, sin duda, de la atracción mutua e incluso ¿por qué no decirlo? del cariño recíproco que sienten nuestros dos pueblos.
Pero no se trata aquí de recordar ahora cada una de las grandes o pequeñas historias de las diferentes legaciones diplomáticas que atravesaban Europa para representar los intereses de nuestros dos países, sellar pactos de amistad o servir de intermediación de conflictos. Hay suficientes datos recogidos, para refrendar mis palabras, en el Corpus Diplomático Hispano-Ruso, del Ministerio de Asuntos Exteriores que he tenido ocasión de consultar y que deberían servir para ulteriores y más sesudos trabajos.
Baste con recordar simplemente y como detalle anecdótico lo que ocurrió con una de ellas, precisamente la que presentó sus credenciales ante Nicolás I, en San Petersburgo, y en nombre del pretendiente don Carlos opuesto a la que sería finalmente la reina Isabel II que no era reconocida por el Zar por razones de aquella célebre Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres. De esta representación que permaneció en Rusia de 1839 a 1843 formaban parte dos personas con antiguas raíces en el Reino de León: el embajador, Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Palafox, entre otros títulos, Grande de España y Marqués de Villafranca del Bierzo (villa y comarca del oeste leonés), y su ayudante, el agregado militar, Quiñones de León, coronel de Estado Mayor y matemático, perteneciente a una de las familias más antiguas y de mayor raigambre en aquella corte de reyes, del Reino de León que celebró en 2010 el milenario de su constitución como tal, con la coronación de su primer rey, García I, en la sede regia, en la vieja Legio romana que se configuraría posteriormente como la capital del reino más importante de la Edad Media española y que tuvo el privilegio de coronar al único emperador español, Alfonso VII, el 26 de mayo de 1135, de dictar las primeras leyes con el Fuero de 1017 o convocar las primeras cortes con representación popular en 1188, algo que nos ha sido reconocido por la UNESCO y que nos ha proporcionado el honroso título de la Cuna del Parlamentarismo.
Y poco faltó, en época de este último rey, para que incluso llegáramos a estrechar relaciones más que cordiales, puesto que el aludido emperador Alfonso casó en segundas nupcias con una infanta polaca Riquilda, hija del rey Ladislao II y nieta de Zbyslava, hija ésta de Sviatopolk II, Gran Príncipe del Rus de Kiev. Hoy Alfonso y su señora descansan en la catedral de Toledo, en un sepulcro mandado construir por el famoso Cardenal Cisneros.
Sea como fuere, desde esas primeras aproximaciones o incluso desde ese lejano 1516 más arriba aludido, en el que una primera carta de declaración de intenciones, por la parte española, atravesó Europa, y como se suele decir, ha pasado mucha agua bajo los puentes. Y no siempre agua “clara y serena”, justo es reconocerlo.
Volviendo entonces a esos tabúes confesados al principio de esta exposición y fruto de la coyuntura vivida en aquellos años de la posguerra española, Rusia se nos antojaba un universo de luces y sombras; una tierra en la que sucesivas y cruentas guerras, como en cualquiera de los grandes conflictos de este tipo, habían llevado a mostrar lo mejor y lo peor del género humano; desde la amistad, la solidaridad y la entrega, hasta el odio, la crueldad y la barbarie. Y, por no citar más que la última, la II Guerra Mundial, la conocida como “la Gran Guerra Patria”, en la cual, el inolvidable sitio de Stalingrado supuso el comienzo del fin de la pesadilla nazi. Pero, se preguntarán ustedes, ¿qué analogía puede establecerse entre las relaciones España-Rusia y la Batalla de Stalingrado? No olviden que el hilo conductor son los recuerdos de quien esto escribe y, ¿por qué no confesarlo?, uno de los más intensos nos retrotraería a algunos acontecimientos vividos en España, en 1954, y aireados durante años por “el Régimen”.
Tras la muerte de Iósif Stalin, ocurrida el año anterior, y gracias a una mediación de la Cruz Roja francesa, puesto que no existían entonces relaciones entre nuestros dos países, en la primavera de ese año, en concreto el día 23 de marzo de 1954, vuelven a España, al puerto de Barcelona, en el mercante griego Semiramis, alquilado para el efecto, 266 hombres rescatados de los campos de prisioneros de la URSS, tras un cautiverio que oscilaba entre los 11 y los 18 años. Eran los restos, apenas los jirones, de aquella que fue denominada por algunos historiadores una aventura de juventud; aquel ejército, reclutado, según se decía, entre voluntarios, pertenecientes en su mayoría a la Falange, de inspiración musoliniana, y que terminaría llamándose la División Azul por el color de sus camisas, visibles bajo el uniforme con el que les había dotado el ejército alemán.
De aquellos pobres soldados que parecían volver a la vida, después de tantos años desaparecidos e incluso dados por muertos, vagando de uno a otro campo de concentración o de trabajo, hasta la profunda Siberia, se intentó hacer un grupo de héroes y aún están bien visibles las páginas de los periódicos para confirmarlo, ahora que podemos tener fácil acceso por medio de las hemerotecas on line. Algunos fueron motivo hasta de novelas históricas, como fue el caso del famoso Capitán Palacios, héroe principal de una obra denominada Embajador en el Infierno, de Torcuato Luca de Tena, periodista, conocido y celebrado escritor, académico de la lengua, director del diario ABC y procurador en Cortes. De este libro se hicieron 15 ediciones y fue traducido al italiano y al francés, siendo también editado en Sudamérica.
En el mismo se narran las peripecias de este Capitán (Teodoro Palacios Cueto, nacido en Potes, un pueblo de la provincia de Santander el 10 de septiembre de 1912) hecho prisionero en la Batalla de Leningrado junto con los restos de su compañía el día 10 de febrero de 1942; los nombres de los lugares por donde pasaron estos españoles, “embajadores” también, pero, en el decir del periodista, “en el infierno”, comenzaron a hacerse presentes en las mentes de los niños y adolescentes de aquellos años y su recuerdo nos ha perseguido por decenios; así Kólpino cerca de Krasnyy-Bor, Cheropovets, Suzdal, Boróvichi, Vorochilogrado (la actual Lugansk, en Ukrania), Járkov y el bosque de Pyatikhatky con sus fusilamientos masivos, Revda, etc., etc. En el correr del tiempo, el Capitán fue ascendido a Teniente Coronel y posteriormente terminó su carrera militar como General de Brigada. En vida le fue concedida la más alta condecoración del ejército español: la cruz laureada de San Fernando, en 1967, y falleció en Santander el 28 de agosto de 1980.
No hace al caso ahora detenernos en lo que fue o pretendió ser la División Azul, cuyo ultimo representante vivo, Joaquín Montaña González, era oriundo y residió, curiosamente, hasta su muerte, el 1 de noviembre de 2017, a los 94 años de edad, en la provincia de León. De sus hazañas se presentó, en 2010, un libro de memorias: “En Rusia con la División Azul”, de su paisano Ramón Cela. Mas el libro, a nuestro entender, definitivo, a pesar de los cientos de obras dedicadas a este tema, es “La División Azul de 1941 a la actualidad” de Carlos Caballero Cuadrado y editado por La Esfera de los libros en 2019.
Pero dejemos este episodio, al menos por un momento; demasiada literatura ha corrido de un lado y de otro, pero sí debemos recordar que, como ellos, como esos divisionarios, aunque menos conocidos quizás, eclipsados por el brillo de la victoria a la que, sin embargo, contribuyeron, pero que muy poco o ningún mérito les ha sido reconocido por ello, hubo otros españoles que combatieron en el bando contrario, el de los defensores, por ejemplo, de Stalingrado, entre los que habría que contar ya algunos de aquellos “niños de la guerra” traídos a la URSS.
En efecto, la guerra de España, aquel fratricida “ensayo con todo”, a escala reducida, de la Segunda Guerra Mundial, había acabado con resultados terribles y con un reguero de expatriados que, huyendo, de una nueva situación que temían, cruzaron la frontera de Francia para buscar acomodo en otros países que parecían al abrigo de problemas políticos semejantes a los que abandonaban del otro lado de los Pirineos. Muy poco duró esta esperanza o este evidente espejismo; para algunos, prácticamente nada, pues fueron internados en campos franceses; apenas unos meses más tarde; oficialmente el 1 de septiembre del mismo año, comienza el más horrible y destructivo episodio bélico y de exterminio masivo por parte de la raza humana.
En el mismo, de cuyo final se cumplen ahora 75 años, y al repasar las grandes batallas, aparece un hecho llamativo: en cualquiera de ellas en las que, según algunos cálculos, combatieron hasta cien millones de hombres, se encuentran españoles. En Stalingrado, Normandía, Kursk, El Alamein, Túnez, las Ardenas, Kubán, Leningrado, etc., en todas ellas se nos hace patente la presencia de algunos compatriotas. En un apretado resumen, podríamos decir entonces que los españoles, participaron, enrolados de manera más o menos voluntaria, en la Legión Francesa (en la que se habla de una cifra de unos 10.000 españoles alistados, además de otros 52.000 incorporados a las denominadas compañías de trabajo) o en la organización nazi denominada Todt. Los encontramos asimismo entre los guerrilleros soviéticos que castigaban sin descanso la retaguardia del ejército nazi en Bielorrusia o en Ucrania. Algunos dejaron sus vidas en la famosa línea Maginot o combatieron a los alemanes en los hielos del norte de Noruega. Otros se enfrentaron a los soldados de Musolini en los desiertos del Chad, de Libia o de Túnez, pero hay españoles que colaboraron con los japoneses en las matanzas habidas en Filipinas; miles, como hemos dicho, son combatientes en los frentes del Volga o de Leningrado, pero también es conocido que fueron los españoles los primeros soldados aliados que entraron en París, delante del General Leclerc. Algunos son comandos británicos en Creta o en Oriente Medio, otros conviven con los partisanos antifascistas italianos o con la resistencia francesa en la que destacó, entre otros, el famoso Joan Pujol García, conocido como Garbo, el espía que engañó a Hitler en el desembarco de Normandía. Hay españoles en las tripulaciones de los bombarderos americanos que atacaron sistemáticamente las ciudades alemanas, en el final de la guerra, pero también entre los obstinados pro-nazis que lucharon a favor de Hitler en Berlín cuando ya lo tenían todo perdido. Algunos son aviadores alemanes y otros soviéticos y se enfrentarán, por lo tanto, entre sí, a veces sin ni siquiera intuirlo.
Como consecuencia de todo ello se convertirán en carne de presidio por parte de sus contrarios, en los diferentes frentes y países y así los localizaremos posteriormente tanto en los campos de exterminio nazis (solo en Mauthausen se habla de más de 7.000 españoles muertos), como en los de castigo soviéticos; en los campos de concentración británicos o en sus correspondientes franceses. ¿Y dónde encontrar la causa de todo este despropósito, de esta aparente o real contradicción? La principal, sin duda, habría que buscarla en esa guerra fratricida, en esa Guerra Civil o mejor “Incivil” que desangró España entre 1936 y 1939. Podemos afirmar que la misma se configuró como una enorme patada en un hormiguero que esparció, en desbandada, individuos y grupos por todas partes, en especial los que resultaron vencidos o los que pusieron por delante de su seguridad la utopía de unos principios que creyeron deber defender.
Permitidme, entonces, en recuerdo de esa otra parte injustamente olvidada, “encuentros y desencuentros”, traer a la memoria, no solo el recuerdo de la División Azul que, por cierto, dejó, en el decir de los historiadores rusos una huella positiva por su trato amable con la población civil, frente a la agresividad de los alemanes. Quisiera entonces recordar, un episodio que rescatado del libro de Francisco Meroño Pellicer, titulado Aviadores españoles en la Gran guerra Patria.
En los cielos de Stalingrado no quedan más que cinco aviones rusos de los que dos son pilotados por españoles: Domingo Bonilla y José Pascual Santamaría; así se nos narra el último vuelo de este.
José Pascual empuja el sector de los gases a fondo y su Yak se encabrita sumiso, va tomando altura como una mariposa agarrada por el torbellino. Sube más y más y, atrevido, como siempre lo fuera, lanza su aparato en persecución del enemigo. Estos jamás serán capaces de creer que un solo Yak intente atacar a cinco de ellos..., pero han calculado mal cuando como un huracán les cae encima, enviando a tierra, con la primera descarga, el primer Messer. La desproporción se hace menor. “Este es el duodécimo avión enemigo derribado por mí, piensa José Pascual. Un fascista menos…” Sube indómito como un halcón, cae de ala cuando llega a la cúspide del viraje y vuelve a caer, azotando con balas al siguiente de su cuenta… Los tres rivales restantes rehúyen el encuentro con ese diablo que les cae del cielo. Forman un carrusel horizontal y le aprietan hacia el Oeste, en retirada al territorio ocupado por ellos; pero José Pascual, encendido por el resentimiento o enardecido por las dos victorias consecutivas, decide acosar al enemigo dentro del carrusel que forma y, cuando su mortífera racha de fuego alcanza al tercer Messer y éste se va retorciendo en las convulsiones de la muerte, las balas del enemigo entran en su aparato… José Pascual se arroja al vacío. La bola redonda que forma su cuerpo se va perdiendo poco a poco como un punto lejano. El paracaídas, cortado el cable por una de las balas, no pudo abrirse.
Un héroe, no cabe duda, pero no fue este el destino de otros muchos, como, por ejemplo, un grupo de marinos españoles cuyos barcos fueron confiscados en los puertos rusos del Mar Negro, al principio de la Guerra Civil, o incluso el de algunos de los aviadores que habían viajado a la base de Kirobabad para ser instruidos en el manejo de aviones soviéticos. Unos y otros, junto con los divisionarios voluntarios se llegarían a encontrar al capricho de sus traslados de campo a campo y, utilizando las palabras del aludido más arriba Luca de Tena diremos
En el corazón de Rusia las dos Españas borraron sus diferencias. Allí se abrazaron para siempre. La una comprobó cuanto de Rusia sabía; la otra aprendió cuanto de Rusia ignoraba. Se fusionaron en un abrazo de sangre y sacrificio y, codo con codo, lucharon juntas, sufrieron juntas y vivieron juntas. En los campos de concentración de Rusia terminó para nosotros la guerra civil.
Mas, después de lo dicho, ¿dónde queda entonces el mito de aquella aparente neutralidad que trataba de vender el régimen, si tenemos en cuenta que el número de los españoles que intervinieron en ambos bandos en esta Gan Guerra fue mayor y su importancia incomparablemente más significativa que la de algunos países denominados beligerantes? Mucho queda aún por investigar al respecto, pero dejemos este campo a los actuales o futuros historiadores porque tampoco lo habíamos elegido como el objetivo principal de nuestra reflexión. Solo pretende, entonces, ceñirse, con el hilo conductor de unos recuerdos ya anunciados, a unas relaciones que hemos calificado de encuentros y desencuentros, casi una irresistible y fatal atracción mutua, tratando, al propio tiempo, de escudriñar en el origen de la misma.
No obraría con justicia, sin embargo, si no trajera a la memoria ese otro episodio aún presente en nuestras dos sociedades y que aproximó de forma palmaria nuestros dos países, al menos por varias generaciones; hablo de los famosos niños de la guerra que fueron recogidos, como cosecha de nuevo futuro, desde varios puertos españoles y trasladados hasta una lejana Rusia donde muchos de ellos hicieron un nuevo hogar e incluso su descanso para siempre; otros, viejos ya, decidieron regresar a sus lugares de origen y a recuperar aquellos paisajes perdidos en su memoria infantil. Algunos han trascendido los diferentes campos en los que han ejercido su actividad y así no podemos por menos que señalar los nombres de aquellas victimas inocentes de la guerra que han prestado un gran servicio a la cultura de Rusia: la catedrática María Luisa Muñiz, natural de Gijón, Consuelo González, de León, Arana, de Madrid, Dolores, de Bilbao a quien tuve el placer de conocer personalmente y otros muchos que supieron pagar con esfuerzo y trabajo la formación que recibieron en su nueva patria. O aún Margarita Peláez, natural de Oviedo, conocida locutora de la Voz de Rusia; Vicente Bravo, que fue durante años Decano de la Facultad de Lenguas Extranjeras del conocido Instituto Maurice Torrez, Luis Ardiaca, de Barcelona, famoso periodista y traductor, Mª Luisa Conchezo, de la Universidad de Leningrado, famosa fonetista, etc., relación esta a la que podríamos añadir muchos nombres más.
Hoy, sin embargo, después de tanta agua bajo tantos puentes, nuevas delegaciones, con fines mucho más confesables, sin duda, con la mente abierta a los posibles cambios y con el corazón latiendo apresurado ante la consecución de un deseo, siguen saltando de un paréntesis a otro de esta Europa que nos une y que nos separa.
Fiados ahora a la cultura y a la ciencia, al estudio de la lengua y la contemplación estética del arte, cientos de jóvenes universitarios, promesa de mejor futuro, vuelan como palomas mensajeras llevando recados de paz y deseos de mayor conocimiento y aceptación mutua. En ello estamos, esa es la labor de los docentes universitarios y los responsables de las RR. Internacionles, nuestra mejor tarea, sin duda; una siembra que garantiza una espléndida cosecha, un fruto del ciento por uno.
Una duda me queda en este zurrón de los recuerdos que no puedo dejar de compartir. Durante años, de uno y otro lado, venimos razonando, tratando de buscar argumentos que nos lleven al conocimiento o a la comprensión, sobre una base lógica, de esa corriente de simpatía que fluye, sin mayores complicaciones, entre nuestros docentes y los docentes rusos, entre nuestros estudiantes y los estudiantes rusos, entre las gentes de España y las gentes de Rusia, incluso entre nuestros respectivos gobiernos; intentamos, en suma, encontrar argumentos sobre los que apoyar algo que podría calificarse como de irracional, incluso de un sin sentido histórico y que he denominado, quizá con no demasiado acierto, “atracción fatal” .
Algunos lo han justificado, pura y simplemente como la consecuencia de no haber tenido ningún tipo de conflicto territorial de vecindad. Es cierto; las diferencias, discusiones o disputas se producen fundamentalmente con los que tenemos más cerca, nuestros vecinos; que todos los pueblos grandes o pequeños tienen al mayor enemigo casi a las puertas de su casa y que incluso los tópicos aparecen reflejados siempre del otro lado de una real o aparente frontera geográfica; así portugueses contra españoles, españoles contra franceses, franceses contra alemanes, alemanes contra polacos y así hasta el infinito. En ese sentido, podemos afirmar que, naturalmente, nunca, a lo largo de la historia, rusos y españoles han tenido el menor conflicto territorial. Pero, a mi entender, eso no basta ni justifica esa simpatía y afinidad; sería sólo el aspecto de una negación que, sin embargo, no se da con otros pueblos tanto o más alejados incluso que rusos y españoles.
No faltan quienes afirman, a veces, que ello es consecuencia de haber tenido un enemigo común y haberle derrotado, cual es el caso de Napoleón, precisamente cuando los vientos de los ideales románticos desembocaron en corrientes de afirmación patriótica; de ello hace ya más de 200 años. Pero ¿acaso Napoleón no tuvo más enemigos que Rusia y España? Pobre argumento, entonces, cuando la respuesta es tan obvia.
Otros señalan que la historia, las dificultades, el mismo tipo de enemigos, incluso podríamos añadir que los siglos de luchas hasta consolidar una frontera más o menos segura, han hecho de nosotros almas gemelas… y puede que sea así pues nadie como los hispanistas rusos ha comprendido y admirado nuestra literatura, y, a la recíproca, las grandes realizaciones culturales del pueblo ruso han cautivado y emocionado siempre, y de manera más que evidente, a los españoles.
En el alma pues, en lo más hondo de los sentimientos, en nada comedidos, apocados o contenidos de los unos y de los otros, es quizá donde haya que buscar esa cercanía que une personas y colectivos. Convengamos, entonces, que, como paréntesis de un continente que define un tanto lo que es Europa, Rusia y España comparten un alma gemela, unos sentimientos comunes, unas pulsiones semejantes que han dado como resultado almas generosas que han perseguido, por encima de todo, el encuentro con la utopía y que, en ese camino, son fácilmente reconocibles y siempre prestas a encontrarse, entenderse y avanzar juntas. Aquí está la prueba.
En el conocimiento mutuo, por otro lado, se encuentra siempre la génesis de un mayor aprecio, de un enriquecimiento para ambas partes puesto que, como hemos dicho, ambas se reciben, habitualmente, con los brazos abiertos y la mente preparada para aceptar la diferencia; incluso aunque no fuera así, esa especie de reacción primaria de gemelos que apenas se conocen, predispone, o incluso obliga, a cambiar mentalidades en algún momento cerradas u obtusas. Véase, si no, la opinión o, por mejor decir, el testimonio de Dionisio Ridruejo que fuera miembro del Consejo Nacional de la Falange, durante la Guerra Civil Director General de Propaganda del bando franquista y autor del texto del himno nacional de aquellos tiempos:
“La campaña rusa desempeñó un papel positivo en mi vida. Aparte de que me libré del odio a los rusos; por el contrario, comencé a experimentar un sentimiento creciente hacia el pueblo y la tierra rusas. Muchos de mis compañeros de armas compartían mis impresiones. Y así yo regresé de Rusia depurado de los malos sentimientos hacia ese país...”.
Esta reflexión y este cambio en su vida y en sus opiniones explican, por otro lado, que se fuera separando del régimen hasta verse exiliado durante varios años en Paris.
Y aunque no siempre podemos fiarnos de las opiniones de los políticos, es también interesante escuchar lo que piensan, en los temas que aquí venimos planteando, los que tienen la obligación y el alto honor de representar a su país en el territorio del otro. Esto es lo que opinaba, no hace mucho el Embajador de Rusia en España, el Excelentísimo Señor Alexander I. Kuznetsov, a quien tuvimos el placer de conocer y hasta de recibir en León más de una vez; una, en concreto, para la inauguración, en la Universidad, de unas Jornadas sobre Lengua y Cultura Rusas; a la pregunta concreta sobre “cómo se hallan en la actualidad las relaciones entre Rusia y España”, el Señor Embajador dijo literalmente: “Las relaciones entre nuestros países son excelentes. Casi nunca hemos tenido controversias ni intereses encontrados; más bien todo lo contrario; en la época actual vemos cada vez más campos de acción conjunta en el escenario internacional y también en las relaciones bilaterales. El Presidente estuvo aquí en España en una visita de Estado y ha sido todo un éxito. Posteriormente se celebró otra entrevista entre nuestro Presidente y su Majestad el Rey en Rusia que también ha sido un acontecimiento importante, los Ministros de Asuntos Exteriores se encuentran regularmente. A nivel de los Gobiernos las relaciones son muy fluidas. Como embajador me gustaría ver mayor cooperación industrial, mayor intercambio entre los universitarios, a nivel cultural y humanitario, porque pienso que, en la época de la globalización, Rusia y España, que tradicionalmente han sido países muy lejanos, situados en dos extremos de Europa, ahora tienen muchos más campos de intereses comunes”.
Ahí tenemos la constatación de gran parte de lo que hemos señalado y un claro desafío que nos corresponde en primera persona: el aumento de los intercambios entre universitarios y universidades, primera y más que segura piedra para construir un edificio firme, sólido e inquebrantable. En ello estamos, desde hace ya más de 30 años, hermanados en el trabajo con las universidades rusas, en especial con Universidad Estatal de Voronezh, con la que hemos intercambiado un total de más de 800 personas de uno y otro lado. Incluso con la propia ciudad con la que la de León firmó hace ya unos años un protocolo de hermanamiento; este hecho ha propiciado la visita de munícipes de un lado y otro e incluso la participación conjunta en un par de programas europeos; a León se han desplazado coros, orquestas, artistas plásticos y compañías de ballet, en Voronezh ha impartido clases de danza clásica española una coreógrafa leonesa y se han organizado también algunas exposiciones de fotografías y paisajes de nuestra provincia, además de las conferencias impartidas, vía presencial o telemática por varios profesores, especialmente de las facultades de Filosofía y Letras, además de Ciencias Económicas y Empresariales. Señalemos también varis publicaciones en colaboración como el primer Diccionario de Términos económicos, un Manual práctico de lengua española aplicada a la economía, Materiales didácticos para la enseñanza de la lengua española, etc.
Llevamos ya más de 25 años de relaciones con la U. Lingüística de Moscú con la que hemos participado en tres grandes proyectos TEMPUS, hasta crear en la misma y en el seno de un gran consorcio de universidades, con fondos de la Unión Europea, un Instituto Superior de Lenguas Europeas Aplicadas y Economía Internacional (todo un referente entre las universidades rusas); durante casi otros 25 años colaboramos con la U. Estatal de Moscú, Lomonosov, especialmente con la Facultad de Filología Románica donde se defendieron, de la mano de la entusiasta Profesora Eugenia Mamsurova, unos 10 trabajos de fin de carrera y una tesis doctoral sobre aspectos de la lengua leonesa, también más de 20 años de relaciones con la U. Internacional en Moscú, U. de Barnaul, etc., etc., por solo citar las más importantes. Para gran parte de la comunidad universitaria, especialmente la leonesa, como para nuestro expresidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, también de León, según recientes declaraciones, Rusia debe ser “un objetivo preferente”; en el caso de quien esto escribe, por decisión propia, por simpatía, por afecto, por amistad y por convicción y así lo he proclamado, con sano orgullo, en todos los foros.
Después de lo hecho y lo dicho, la Universidad de León tampoco quiso quedarse fuera de la corriente generada por el que fue denominado “año dual”, Rusia en España y España en Rusia. No solo para presentarse como una de las pioneras en las relaciones entre ambos países, una de las que más han aportado y apostado por el conocimiento y el respeto mutuos sino también para seguir construyendo un mejor futuro, incluso en medio de las dificultades del presente.
Queda, sin embargo, un gran trecho que recorrer y a ello aludía también el Sr. Kuznetsov: esta corriente de simpatía, de aprecio y de comprensión no se ha reflejado aún suficientemente en el campo de las relaciones económicas. No están los tiempos para grandes alegrías ni para especular vanamente, pero tampoco tenemos la obligación de detenernos ni entrar en niveles de autosatisfacción que nos hagan desistir en el esfuerzo. El objetivo merece la pena y es más que evidente, como se suele decir, que solo lo que cuesta es lo que tiene valor. Y por muchos esfuerzos que se exijan de nosotros, los leoneses tenemos fama de persistentes, tenaces, callados pero trabajadores y estas son también características que, a mi entender, marcan los perfiles de los ciudadanos de Rusia, ese gran país que admiro y que tiene la virtualidad de colarse entre los pliegues del alma, especialmente si el individuo en cuestión le visita con los ojos bien abiertos y el alma preparada para esta gran aventura.
References
- Archivo personal.
- Archivo de la Universidad de León.
- Botkin V.P. Cartas sobre España. 2012. Madrid: Miraguano Ediciones, 384 p.
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